La Bruja Aburrida llevaba años cuidando de la mellizas. A pesar de que podría haber utilizado su magia con propósitos más egoístas: para hacerse rica, conseguir una casa mejor, poder abrir su pequeña empresa, e incluso invertir en bolsa. La Bruja Aburrida prefería utilizar sus poderes para criar a sus pequeñas sobrinas a las que su hermana descuidaba constantemente.
Ni la madre ni el padre de Teresa, Elena, y Ana estaban nunca en casa. Él era un alcohólico empedernido, que para suerte de las niñas, prefería parar sus noches de borrachera y resaca fuera de casa; y ella, huyendo de la terrible situación de su matrimonio, prefería trabajar varias horas extra y después utilizar aquél dinero para irse sola de vacaciones lejos de aquél desestructurado hogar.
La Bruja Aburrida sabía de la situación que enfrentaban las mellizas, por lo que durante varios años, decidió utilizar su magia para hacer la vida de las niñas más fácil, que no se enteraran de la situación que vivían en su hogar, al mismo tiempo que mediante cuentos les enseñaba varias lecciones sobre la vida.
Cuando las mellizas crecieron, convirtiéndose en unas jóvenes adultas bien criadas, La Bruja Aburrida decidió explicarles la verdad sobre su infancia.
—Lo sabemos. —Contestó Teresa de manera serena, como si todas hubiesen estado guardando durante varios años un secreto a voces. —Gracias Bruja Aburrida.
La hechicera sonrió orgullosa de sus niñas, y las tres mellizas la abrazaron entre lágrimas de alegría, agradeciéndole todos aquellos años en los que ella actuó como la figura materna que nunca tuvieron.
"Bruja Aburrida, eres nuestra mamá más divertida" |
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