—¡No, Tolola! ¡No podemos quedárnoslo, es una locura! —Juan recorría nervioso la sala de un lado a otro, sentía que su corazón iba a estallar de angustia.
—Pero... pero Juan... yo quiero que lo tengamos. —La chica rubia posó sus ojos llorosos en su test de embarazo positivo.
—¡No podemos tenerlo! ¡Somos hermanos! ¿Qué coño crees que saldrá de ti después de nueve meses? ¡Un monstruo! ¡Un ser que solo vendrá a este mundo para sufrir!
Tolola apretó sus puños con rabia, pues sabía que lo que decía su hermano era completamente cierto: incluso si las complicaciones del embarazo no impedían nacer a ese hijo, estaría destinado a sufrir.
—Tienes que abortarlo. —Salió de los labios temblorosos de Juan.
Tolola dio un sobresalto hacía atrás ¡Lo había dicho! La palabra tabú, la palabra que Dios jamás querría oír, la palabra que Dios jamás permitiría.
—¡NO! —Chilló la chica rubia; acto seguido arrojó furiosamente su test de embarazo contra el suelo, cayo de rodillas, y tapó su rostro lloroso y arrugado con sus dedos.
Juan frunció su entrecejo; por supuesto, entendía a su hermana, y su fuerte fe en Dios, como Tolola había tenido que recurrir a las creencias cristianas después de la muerte natural de su primer hijo, después de su primer divorcio, después de darse cuenta de que solo su hermano la entendía, y que sin él, estaba sola en el mundo. El chico rubio se agachó y abrazo a una temblorosa y encogida Tolola.
—Soy una pecadora, soy una pecadora... nunca tuvimos que hacerlo... —Susurraba la pequeña chica rubia.
—No eres ninguna pecadora. —La intentó tranquilizar su hermano. acto seguido acarició en vientre de Tolola. —Es mi pecado, yo cargaré con él.
La chica rubia subió su vista hasta los pacíficos ojos de Juan.
—Pero, Juan...
—Te acompañaré a la clínica, y este pecado caerá sobre mí. Tú nunca le quisiste abortar, y Dios sabrá eso.
Tolola sonrío, y acto seguido besó tiernamente a Juan en los labios.
—Tu siempre cuidas de mí, Juan.
El chico rubio sonrió.
—Y siempre lo seguiré haciendo.

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